La añoranza a una era perdida enriquece mis pasos, parten en gran medida de aquel pasillo «conventual» poblado de nómadas ocultos de un Caribe calcinante. Me llegan voces de una pintoresca tribu defendiendo un fuerte de mármol de Carrara en el patio trasero de la academia. Los estrambóticos juegos marciales, sueños difusos y libertades incipientes, un hogar artístico antiguo, legendario; San Alejandro, la cálida sombra que cobijó nuestra creatividad, alternando la mala poesía y cuchicheos trascendentales con lo académico como contrapeso a nuestra rebeldía.
Las Amores, dos hermanas de casi igual aspecto, probablemente trastocadas de esas musas de escayola que nos servían de modelo, otorgaban a nuestra comunidad artística esa delicadeza y necesario contrapunto a la militancia, intentaban que adoptáramos a todo felino coqueto u horroroso que se perdía por Marianao, convertidas en el catalizador fraternal entre creadores dispares y creo, sin pecar de amistad, que lo consiguieron en gran medida.
Ahora, en agradecimiento a tanta comprensión y ternura regalada a todos los que estuvimos y estamos cerca, escribo estas líneas a Eilyn Amores y su obra madura, digamos mejor «pintona».
Atado a un cabo la línea parte de un punto de donde acometes un viaje interior monocromático, tomas aliento y expiras en un suave ritmo continuo, y con un solo trazo orgánico estructuras no solo una obra si no el conjunto de ella, como un hilo de vida. El homo sapiens es minúsculo, un punto en la montaña; de fondo escucho Gymnopédies de Satie, no das pistas al no titular tus creaciones, pero sigo embriagado por el sendero que marcan tu mano y la tinta china con la que acaricias la celulosa. Qué mira, qué espera, por qué la soledad y la inmensidad, —la busca, la desea—, nadas entre el mundo visible y el invisible, te dejas llevar hacia la creación y la nada; la masa negra es la raíz o la atalaya. Sigo escuchando a Satie, cuántas preguntas. Respiro, me sereno, tomo aliento y sigo tu línea. La soledad o insignificancia ante el universo del cual somos dioses mediocres. Juegas con la pesada Luna, símbolo de lo sobrenatural. Sentado sobre el mundo se siente el vértigo y la caída, la pausa, ¿cuánto queda por llegar a ese sueño?, ¿o ya estamos en él? Un largo sendero de soledades y dos faros conectados por la luz de lo inalcanzable. Dos seres en tierras distantes separados por un abisal océano, ¿es el reflejo de una vida pasada?, es pesado el tiempo, lento, muy lento… pero raudo. En el formato extremo, que recuerda al grabado japonés, dibujas a un tempo constante acorde con tu respiración, dando la sensación de verticalidad, de profunda caída o inmensidad. Malabarismos del homo sapiens sobre un Torii, en la entrada a lo intangible, quedando entre dos mundos. Vuelvo a escuchar Gymnopédies para navegar sobre el delgado hilo sin fin que nos ofreces; respiro y veo tus gotas vitales encarnadas en la tinta de tus dibujos, testimonio de tu constante búsqueda o espera del Todo.
Carril. 15 de junio de 2021
Expo virtual: La lengua de Caín